Cuidado compasivo. Diez miradas sobre el acto de cuidar

“La compasión no es un asunto religioso, sino un asunto humano. La compasión no es un lujo, es esencial para nuestra propia paz y estabilidad mental. Sin ella no podremos sobrevivir”. – Dalai Lama  

Prólogo del libro Cuidado Compasivo: Diez miradas sobre el acto de cuidar

Hace veintidós años tuve el privilegio de ver al Dalai Lama presencialmente en la estación Mapocho de Santiago de Chile. Fue en esa ocasión donde escuché por primera vez a alguien articular tan simple y claramente el valor de la compasión y de la motivación cuidadora en la vida humana. La visión presentada por el Dalai Lama claramente iba mucho más allá de una recomendación individual de autocuidado o un sabio consejo de buena convivencia. En sus propias palabras, “la compasión no es un asunto religioso, sino un asunto humano. La compasión no es un lujo, es esencial para nuestra propia paz y estabilidad mental. Sin ella no podremos sobrevivir”.

Un par de décadas más tarde estas palabras resuenan como una verdad muy vigente. Hoy en día, en la dirección en que miremos en el planeta nos encontramos intensas crisis sociales, políticas, económicas, ambientales, migratorias y, por supuesto, la mega crisis climática que impone una amenaza existencial sin precedentes para nuestra especie. No resulta difícil intuir que detrás de cada una de estas crisis existe una crisis de visión caracterizada por una falta fundamental de empatía y compasión. Nuestro estado de conciencia dominante sigue permeado por la perspectiva tribal que consiste en cuidar exclusivamente de lo que queda dentro del estrecho círculo de “lo mío”, incluso cuando nos vemos desafiados por dilemas globales. Sin embargo, no podremos sobrevivir a los desafíos globales como la crisis climática o las futuras pandemias, desde una mentalidad paleolítica tribal. En pocas palabras: Hoy en día, si solo se salva mi tribu, ya no se salva mi tribu.

El pensamiento tribal y la lógica competitiva del juego suma cero, en el cual alguien debe perder para que otro gane, es lo que nos ha llevado a múltiples problemas, desde la creciente brecha entre ricos y pobres, a la polarización global de las derechas e izquierdas, hasta la sexta extinción masiva en curso, en donde cada día se extinguen 150 especies animales, lo que se considera la mayor ola de extinciones desde que desaparecieron los dinosaurios. Si no despertamos colectivamente a una mentalidad compasiva que posicione en su centro la visión de la interdependencia y de humanidad compartida, nosotros seremos los próximos dinosaurios extintos por no saber adaptarnos a los desafíos ambientales de esta era global. La gran adaptación hoy es la mentalidad compasiva y nuestra ventaja competitiva como especie es nuestro incomparable potencial para el cuidado, la cooperación y la compasión.

La teoría de la selección natural de Darwin ha sido frecuentemente interpretada y difundida como una justificación biológica de que la agresividad sea un principio organizador de la vida, y en un nivel diferente, también ha sido utilizada para justificar ideologías políticas y económicas que sustentan sistemas opresivos e injustos, llevando a una especie de naturalización del mal. Sin embargo, Darwin tenía una visión casi opuesta a esta ideología que irónicamente vino a conocerse como el “darwinismo social” (postura que se basa en las ideas de Herbert Spencer y no de Darwin). Mientras que Spencer acuñó el famoso término “la supervivencia del más fuerte (o el más apto)” usualmente mal atribuido a Darwin, la perspectiva de Darwin es más cercana a la idea de la supervivencia del más amable.

En su tratado sobre la evolución humana, El origen del hombre y la selección en relación al sexo, Darwin (1871) se refirió a “la fuerza mayor del instinto social o materno por sobre cualquier otro instinto o motivación” que no está sólo presente en la humanidad sino también en nuestros predecesores homínidos y otros mamíferos. Cada especie con gran funcionamiento social tendría la compasión como instinto central. Continúa Darwin: “…pero por complejo que sea su origen, como es de gran importancia para todos aquellos animales que se ayudan y defienden mutuamente, [la compasión] habría aumentado por selección natural; porque aquellas comunidades que incluyen el mayor número de miembros más compasivos, habrían florecido mejor y criado el mayor número de retoños”.

Por lo tanto, el cultivo y la expansión de la compasión no sería un giro hacia algo nuevo sin precedentes, sino más bien consistiría en el redescubrimiento de nuestra verdadera naturaleza al irnos quitando capas de ignorancia y soberbia. El cultivo de la compasión implica reconocernos como seres vulnerables que enferman, envejecen, mueren y están expuestos a una infinidad de maneras de sufrir. Paradójicamente, de este reconocimiento de nuestra vulnerabilidad compartida surge la verdadera fuerza de la conexión, frente a la cual la pseudo fortaleza del egocentrismo tóxico, tan típica de nuestro tiempo, palidece en comparación.

La verdadera fuerza no está en el ejercicio del poder sobre otros, sino en el ejercicio de la colaboración en redes comunitarias. La verdadera seguridad no está en los pseudo satisfactores materiales o simbólicos que perseguimos en la sociedad del cansancio, sino en la miríada de gestos de cuidado que nos ofrecemos anónima y cotidianamente. La revolución que necesitamos hoy no es la lucha armada ni los grandes discursos de héroes de cartón piedra, sino la revolución silenciosa de la compasión en todos los rincones de la sociedad.

En estas últimas décadas, esta revolución silenciosa ha ido tomando forma en distintos ámbitos de nuestras sociedades, desde la investigación neurocientífica de la compasión, a la emergencia de nuevas economías alternativas solidarias, al surgimiento de programas seculares para el cultivo de la compasión, a la introducción de las habilidades socioemocionales y compasión en las escuelas y universidades, a la aparición de movimientos ecologistas y de defensa de los derechos animales, por nombrar solo algunos ámbitos relevantes. Pero quizá uno de los ámbitos más notorios de esta revolución silenciosa sea la revolución de a compasión en el ámbito de la salud.

Los sistemas de salud a nivel global se han visto cada vez más confrontados no solo con la realidad del sufrimiento de los profesionales de la salud que presentan  altísimas tasas de burnout, insatisfacción laboral  y otras expresiones de malestar, sino también con la realidad del sufrimiento de los pacientes y sus familiares, quienes a menudo no se sienten tratados como seres humanos dignos con sensibilidad, sueños y aspiraciones. En este modelo tradicional y vertical de salud, los pacientes se sienten tratados como conjuntos de síntomas y números estadísticos, mientras que los profesionales acaban deshumanizándose en el ejercicio de su profesión, quizá en parte debido a que ellos mismos suelen ser deshumanizados por las instituciones en las que trabajan.

En este contexto, la revolución silenciosa de la compasión invita a un cambio de mirada sobre cómo comprendemos la salud y la enfermedad, poniendo en el centro lo que nunca debió salir de ese lugar: el cuidado y la compasión. No me refiero solo el cuidado de los profesionales hacia los pacientes, sino también el cuidado de las instituciones a los quienes trabajan en ellas. Y, de manera central, también me refiero a la necesidad de ir más allá del ámbito asistencial e institucional, expandiendo esta motivación cuidadora a los barrios y las comunidades.

Por todo esto, la publicación de este libro que tienes en las manos genera profunda alegría y esperanza. En sus capítulos escucharemos algunos hitos centrales de esta revolución silenciosa de la compasión en el cruce de lo sanitario y lo comunitario de las propias voces de varios protagonistas que han liderado este cambio de mirada en España y Latinoamérica. Quiero aprovechar este espacio para agradecer el camino de compromiso de cada uno de ellas y ellos, por seguir sembrando y ser fuentes de inspiración para muchos.

Este libro es un gesto pequeño pero significativo que se suma al esfuerzo de muchas personas que están dedicando sus vidas y su esfuerzo en la creación de culturas más compasivas en un mundo en llamas. Y cada mano y esfuerzo es necesaria. La invitación es a no sucumbir a la idea de que un desafío es demasiado grande o que un esfuerzo es demasiado pequeño. En días más sombríos del viaje vale la pena recordar estas palabras de la madre Teresa de Calcuta: “Aunque a veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar del sufrimiento, el mar sería menos si le faltara esa gota”.

Gonzalo Brito Pons. Olmué, 26 de julio del 2021

Visita la página Cultivar la Mente de Gonzalo Brito

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